Por el Dr. Ernesto Illiovich.
Como médico, me ha tocado ser testigo del impacto que la tecnología, especialmente los teléfonos móviles, está teniendo en la salud de las personas. Lo que parecía una herramienta revolucionaria se ha convertido en una de las principales causas de ansiedad, particularmente en niños, adolescentes y adultos jóvenes. El término “nomofobia”, acuñado a partir de la expresión inglesa no mobile phone phobia (fobia a no tener un teléfono móvil), ha cobrado una relevancia alarmante en los últimos años. El estudio de Nomophobia.com reveló que la mitad de los argentinos experimentan ansiedad cuando no pueden acceder a su smartphone. La pregunta es: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a permitir que esta adicción influya en nuestra salud física y mental?
La sociedad actual está tan conectada que la ausencia del celular genera sensaciones de pánico y estrés. Es interesante observar cómo algo que podría considerarse una simple incomodidad se ha transformado en un trastorno. Este fenómeno no es menor, y debemos comenzar a tratarlo con seriedad. No estamos hablando de un pequeño inconveniente; estamos ante una crisis de salud pública. La dependencia del teléfono móvil genera efectos tanto físicos como psicológicos. Por un lado, la sobreexposición a las pantallas provoca dolor de cabeza, problemas de visión, y en casos extremos, puede desencadenar patologías como el síndrome del túnel carpiano o la artrosis de los dedos. Pero, lo más alarmante, es el daño que produce en el cerebro, especialmente en el desarrollo de los más jóvenes.
El cerebro humano, en particular el de los niños y adolescentes, está en plena etapa de desarrollo hasta los 15 años. Durante este proceso, el sistema nervioso necesita estímulos adecuados para su maduración, y el uso excesivo de pantallas, que estimula las áreas de recompensa con la liberación de dopamina, interfiere directamente con este proceso. Como resultado, los jóvenes se vuelven más propensos a desarrollar trastornos de atención, problemas en la concentración y en la memoria, así como dificultades para establecer relaciones sociales saludables. La nomofobia, como una forma de dependencia digital, está debilitando la capacidad de los niños y adolescentes para relacionarse de manera efectiva en su entorno offline.
El problema no termina ahí. Lo que antes era una actividad cotidiana, como compartir una comida en familia, se ha visto opacada por la presencia constante del celular. Hoy en día, es común ver a adolescentes y adultos con sus teléfonos en la mano durante las reuniones familiares, mientras que el diálogo y la conexión humana real quedan relegados a un segundo plano. En muchos casos, esto genera una desconexión emocional y afecta la calidad de la convivencia familiar. En lugar de aprovechar estos momentos para fortalecer los vínculos, nos encontramos en un mundo de “conexiones virtuales” que no reemplazan el contacto humano genuino.
Como sociedad, necesitamos comenzar a poner límites. Es fundamental que los padres asuman un rol más activo en el control del uso de las pantallas, especialmente en niños menores de 15 años. Los estudios sugieren que, durante este período crítico de desarrollo, el uso del celular debe limitarse a un máximo de 60 a 90 minutos diarios. La clave es encontrar un equilibrio: el celular es una herramienta valiosa, pero el abuso de esta tecnología puede tener efectos devastadores en nuestra salud mental, emocional y física.
Este es un problema que afecta a todos, no solo a los más jóvenes. En adultos, el uso excesivo del celular puede generar problemas laborales, ya que la productividad se ve disminuida por la distracción constante. Además, el sedentarismo provocado por el uso de dispositivos móviles está contribuyendo al aumento de enfermedades crónicas, como la obesidad y problemas cardiovasculares.
Por último, quiero hacer un llamado a la reflexión: el avance tecnológico es indiscutible, pero debemos ser conscientes de sus posibles consecuencias. No se trata de demonizar el uso de los teléfonos móviles, sino de encontrar una forma saludable de integrarlos en nuestras vidas. El equilibrio entre lo digital y lo físico es necesario para mantener un estilo de vida saludable y equilibrado.
Si bien la tecnología nos ofrece múltiples ventajas, no debemos perder de vista lo más importante: nuestra salud. Si no tomamos conciencia de los peligros de la adicción al celular y el impacto de la nomofobia, pronto nos encontraremos enfrentando una crisis aún mayor. Por eso, es esencial que como sociedad, y especialmente como padres, promovamos un uso responsable de las pantallas, estableciendo límites claros y fomentando la interacción real, cara a cara.
Es momento de poner freno al exceso de tecnología y recuperar lo que es verdaderamente importante: nuestra salud mental y emocional, y los vínculos auténticos que nos hacen humanos.